FEMINISMO AMNÉSICO por BEATRIZ PRECIADO
«Pero ¿dónde están hoy los nuevos feministas? ¿Quiénes son los nuevos tuberculosos y las nuevas sufragistas? Nos hace falta liberar el feminismo de la tiranía de las políticas identitarias y abrirlo a las alianzas con los nuevos sujetos que resisten a la normalización y a la exclusión, a los afeminados de la historia; a los ciudadanos de segunda clase, a los apátridas y a los viajeros ensangrentados de las cercas de púas de Melilla».
Como es el caso en casi todas las prácticas de oposición política y de resistencia minoritaria, el feminismo sufre de un desconocimiento crónico de su propia genealogía. Ignora sus lenguajes, olvida sus fuentes, borra sus voces, pierde sus textos y no cuenta con la llave de sus propios archivos. En las Tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin nos recuerda que la historia está escrita desde el punto de vista de los vencedores. Es por esto que el espíritu del feminismo resulta amnésico. Aquello a lo que Benjamin nos invita es a escribir la historia desde el punto de vista de los vencidos. Es con esta condición, dice, que será posible interrumpir el tiempo de la opresión.
Cada palabra de nuestro lenguaje contiene, como enrollada sobre sí misma, un ovillo de tiempo constituido de operaciones históricas. Mientras que el profeta y el político se esfuerzan en sacralizar las palabras ocultando su historicidad, corresponde a la filosofía y a la poesía la tarea profana de restituir las palabras sacralizadas al uso cotidiano: desatar los nudos de tiempo, arrebatar las palabras a los vencedores para volverlas a colocar sobre la plaza pública, donde podrán ser objeto de una resignificación colectiva.
Es urgente recordar, por ejemplo, frente a la oleada “antigénero”, que las palabras «feminismo”, “homosexualidad”, “transexualidad” o “género” no han sido inventadas por activistas radicales, sino antes bien por el discurso médico de los últimos dos siglos. Ésta es una de las características de los lenguajes que han servido para legitimar las prácticas de dominación somatopolítica en la modernidad: mientras que los lenguajes de la dominación anteriores al siglo XVII trabajaban con un aparato de verificación teológica, los lenguajes modernos de la dominación se han articulado alrededor de un aparato de verificación científico-técnico. Tal es nuestra pesada historia común, y es con ella que nos hará falta volver a dar sentido.
Subamos, por ejemplo, el túnel del tiempo que nos abre la palabra “feminismo”. La noción de feminismo fue inventada en 1871 por el joven médico francés Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour en su tesis doctoral “Del feminismo y el infantilismo en los tuberculosos”. Según la hipótesis científica de Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour, el “feminismo” era una patología que afectaba a los hombres tuberculosos, produciendo, como un síntoma secundario, una “feminización” del cuerpo masculino. El varón tuberculoso, dice Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour, “tiene los cabellos y las cejas finas, las pestañas largas y finas como las de las mujeres; la piel es blanca, fina y flexible, la panícula adiposa subcutánea muy desarrollada, y por consiguiente los contornos fingen una suavidad considerable, al mismo tiempo que las articulaciones y los músculos combinan su acción para proporcionar a los movimientos esta flexibilidad, ese yo-no-sé-qué de ondulante y de gracioso que es lo propio de la gata y de la mujer. Si el sujeto ha alcanzado la edad en que la virilidad determina el incremento de la barba, uno encuentra que esta producción o bien hace completamente falta o bien no existe más que en ciertos lugares, que son ordinariamente el labio superior primero, y después el mentón y la región de las patillas. Y aún más, esos pocos pelos son delgados, tenues y casi siempre alocados. […] Los órganos genitales son remarcables por su pequeñez.” Feminizado, sin “potencia de generación y facultad de concepción”, el hombre tuberculoso pierde su condición de ciudadano viril y deviene un agente contaminador que debe ser colocado bajo la tutela de la medicina pública.
Un año después de la publicación de la tesis de Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour, Alexandre Dumas hijo retoma, en uno de sus panfletos, la noción médica de feminismo para calificar a los hombres solidarios de la causa de las “ciudadanas”, movimiento de mujeres que luchan por el derecho al voto y la igualdad política. Así pues, los primeros feministas han sido hombres: hombres que el discurso médico ha considerado como anormales por haber perdido sus “atributos viriles”; pero también, hombres acusados de feminizarse en razón de su proximidad con el movimiento político de las ciudadanas. Habrá que esperar algunos años para que las sufragistas se reapropien esta denominación patológica y la transformen en un lugar de identificación y de acción política.
Pero ¿dónde están hoy los nuevos feministas? ¿Quiénes son los nuevos tuberculosos y las nuevas sufragistas? Nos hace falta liberar el feminismo de la tiranía de las políticas identitarias y abrirlo a las alianzas con los nuevos sujetos que resisten a la normalización y a la exclusión, a los afeminados de la historia; a los ciudadanos de segunda clase, a los apátridas y a los viajeros ensangrentados de las cercas de púas de Melilla.