Reproducimos el excelente artĆculo de Diario Expreso http://expreso.ec/expreso/plantillas/nota.aspx?idart=3288599&idcat=19308&tipo=2 sobre la audiencia de protección contra el registro Civil, y la acompaƱamos con algunas imĆ”genes de esa jornada de lucha.
UNA NIĆA EN UN MUNDO DE PREJUICIOS
Roberto Aguilar
ĀæDónde estĆ” el Estado? En la sala del juzgado cuarto de GarantĆas Penales, fĆsica y filosóficamente, a la derecha. Es dĆa de audiencia en el caso de Nicola Rothon y Helen Bicknell, la pareja de lesbianas que pidió una acción de protección porque el Registro Civil se negó a inscribir con sus apellidos a su hija Satya, de cuatro meses de edad. Los abogados de la DefensorĆa del Pueblo auspician el caso y se sientan con las demandantes a la izquierda del estrado. Al frente, en fiera y singular batalla contra el neoconstitucionalismo y los derechos de las minorĆas, los juristas de la ProcuradurĆa y del Registro Civil: siete en total, incluyendo algĆŗn representante de los grupos católicos fundamentalistas autodenominados Ā«pro vidaĀ» y Ā«pro familiaĀ», con un ostensible crucifijo sobre el pecho.
Nicola y Helen, inglesas, son pareja desde hace catorce años y viven en el Ecuador desde hace cinco. Decidieron formar familia porque leyeron la Constitución de Montecristi y se la creyeron toda, incluyendo aquello de que el Ecuador es un Estado laico y eso otro de «se reconoce la familia en sus diversos tipos». Nicola recurrió a la inseminación artificial y dio a luz a Satya, la niña de cara redondita y rosa con gorrito a rayas que las dos mujeres cargan por turnos en el estrado. «Queremos que Satya tenga toda la protección que merece», empiezan diciendo al juez Vicente Altamirano. «Somos una familia».
Ā”No lo son!, niega el Estado. Al abogado de la ProcuradurĆa, Bernardo Crespo, le irrita el espectĆ”culo que tiene al frente: dos mujeres desempeƱando los papeles de padre y madre. No lo puede evitar: por momentos se desgaƱita y se retuerce, sacudiendo el dedo. «”La familia homosexual por naturaleza no existe porque esa es una relación estĆ©ril! Ā”Infecunda!Ā», clama al cielo. ĀæSe quejan de trato desigual? «”Pero sĆ son ellas las que estĆ”n proponiendo una desigualdad! Ā”Ellas!Ā», y las seƱala con el Ćndice furibundo. «”Quieren ser las Ćŗnicas con derecho a ser dos madres para una niƱa! Ā”Las Ćŗnicas! Ā”Un privilegio!Ā», enronquece de indignación moral y clava enĆ©rgicamente el mismo dedo contra la pared, tres o cuatro veces con riesgo de rompĆ©rselo: toc, toc, toc.
Crespo habĆa llegado temprano y con barra propia: un grupo selecto de sus estudiantes de Derecho que lo aplaude con decisión tras cada una de sus intervenciones. Son formalĆsimos y reciĆ©n rasurados jóvenes de traje oscuro, corbata vistosa y cabellos cortos meticulosamente peinados: pasarĆan por miembros de un mismo club. Ocupan la mitad derecha de las cuarenta sillas que caben apretadas en la pequeƱa sala de audiencias y se mezclan de manera indiferenciada con funcionarios del Registro Civil y fundamentalistas católicos.
La otra mitad de la sala estĆ” ocupada por amigos de las mujeres, incluida la asambleĆsta MarĆa Paula Romo. Los seguidores de ambos se distinguen a primera vista, basta con fijarse quiĆ©n viste de algodón y mezclilla y quiĆ©n de casimir y seda; quiĆ©n de traje y quiĆ©n de pollera; quiĆ©n de gris y quiĆ©n de fucsia.
La audiencia arranca con una expulsión: la del fundamentalista católico Alfredo BarragĆ”n Molina del estrado. Con naturalidad se ha sentado, luciendo su enorme crucifijo, entre los abogados del Estado, que al parecer lo aceptan como un miembro mĆ”s del equipo. Cuando Nicola Rothon lo identifica, pone los ojos como platos y habla con sus abogados. No resulta difĆcil hacerlo salir de ahĆ por disposición del juez. Crespo lo ve partir de su lado, pero no protesta.
Dos horas dura el intercambio de argumentos jurĆdicos entre las partes. La tesis de los abogados Patricio BenalcĆ”zar y Carla PatiƱo, de la DefensorĆa del pueblo, es clara y contundente: el Registro Civil se ha negado a inscribir a esta niƱa como parte de una familia legĆtimamente constituida y, al hacerlo, la estĆ” privando de su derecho a una identidad. Dicha privación proviene de un discrimen, pues no ocurrirĆa si sus padres fueran heterosexuales. Es obligación del juez hacer valer los principios constitucionales y ordenar la inscripción de la niƱa.
Parece bastante simple, pero nada lo es si hay abogados de por medio. Y cuando toma la palabra el del Registro Civil, Fausto Flores, uno corre el riesgo de olvidar que el caso trata de dos mujeres y una niña, tan enterradas quedan las tres bajo el peso de farragosas explicaciones teóricas.
Habla Flores en plan magĆster y mueve las manos como si trazara cuadros sinópticos en el aire. Aborda el neoconstitucionalismo en sus facetas a) ideológica o filosófica; b) metodológica; c) teórica. Considera enseguida una teorĆa del Derecho que contemple: a) valores; b) principios y c) reglas; siendo los primeros: jurĆdicos, polĆticos y morales; los segundos: derechos, garantĆas y libertades; y las terceras: textos jurĆdicos en general. Expone detalladamente la teorĆa del contenido esencial, en la que se distingue: a) el contenido esencial propiamente dicho; b), el contenido perifĆ©rico, y c), el borde exterior; siendo el primero: un valor; el segundo: garantĆas y sujetos; el tercero: solemnidades y procedimientos.
Y sobre todo no olvidar, dice, que Ā«las modernas teorĆas apelan a la realidad mĆ”s que al derechoĀ».
Nicola Rothon, Helen Bicknell y la pequeƱa Satya (es decir, cabalmente, la realidad) juegan a hacer pucheros. Hace rato que las dos mujeres, cuyo idioma espaƱol alcanza para la vida cotidiana, pero no para leer la FenomenologĆa del EspĆritu, dejaron de escucharlo. No se pierden nada, pues al cabo de veinte minutos de complicadas elucubraciones de este tenor, la montaƱa termina pariendo un ratoncito: todo se resuelve en que Ā«el caso estĆ” mal planteadoĀ».
Si a Flores la realidad se le va de las manos, a Crespo le da por negarla directamente. Pide que se nombre un tutor para la criatura, como si se tratara de un juicio de divorcio, pues «no hay nadie aquà que represente los intereses de la menor», dice, como si su mamÔ estuviera pintada. En nombre de los derechos de la niña desconoce los de su familia. Apela al principio de consanguinidad y certifica que Helen Bicknell no es nada para la niña: «sangre de mi sangre», pronuncia con voz temblorosa, como si los principios y valores de la familia que le inculcaron a él a mediados del siglo pasado fueran obligatorios para todos. Bajo el mismo criterio llama «madre soltera» a Nicola, que mantiene una pareja estable durante mÔs años que el promedio de matrimonios heterosexuales en esta década.
En el pasaje mĆ”s dramĆ”tico de su intervención aspira profundo, como si se insuflara del espĆritu de Teodosio, y proclama: «”Dura lex, sed lex!Ā». Finalmente invoca al rey Salomón, que sabĆa perfectamente lo que se debe hacer cuando aparecen dos madres para una sola niƱa. AsĆ con el abogado del Estado laico. Los defensores del Pueblo estĆ”n sinceramente escandalizados de semejante exhibición. Ni siquiera los fundamentalistas católicos que se manifiestan desde temprano resultan tan violentos.
Afuera, frente al Palacio de Justicia, como se llama con generosidad a este inmueble desvencijado, disfuncional y demodĆ© ubicado junto a la Asamblea, los seguidores de ambas partes esperan por los resultados de la audiencia. A un extremo y otro de la escalera de acceso al edificio manifestantes proderechos de las minorĆas sexuales y fundamentalistas católicos exhiben sus carteles. Unos dicen: Ā«No se puede limitar el amorĀ», Ā«Ante violencia moralista, reacción feministaĀ», Ā«No al Estado falocrĆ”ticoĀ», Ā«Es hora de que se familiaricen con la realidadĀ». Y los otros: Ā«No puede haber dos mamĆ”s para una niƱaĀ». Ā«Respeto a nuestra soberanĆa cultural y jurĆdicaĀ». Ā«No al imperialismo extranjero de agendas de homosexuales que nada tienen que ver con la realidad de la familia en EcuadorĀ».
Se refieren, por supuesto, a la familia heterosexual en el Ecuador, uno de cuyos ejemplos aparece retratado, por significativa casualidad, a pocos metros de ahĆ, en la vereda de enfrente: Ā«Esta es nuestra familia AldazĀ», se puede leer en una colorida gigantografĆa, junto a los intimidantes rostros de cinco procesados por asociación para delinquir. Son los presuntos miembros del tristemente cĆ©lebre clan mafioso quiteƱo de Mama Lucha, que este dĆa tienen su propia audiencia en el mismo edificio: Ā«No somos una banda, somos una familia unidaĀ». Ninguno de los manifestantes da muestras de captar la ironĆa.
El abogado del Estado laico termina invocando el espĆritu del bĆblico rey Salomón. Ćl sabĆa perfectamente lo que se debe hacer cuando aparecen dos madres para una niƱa.